Juan Molesto es el capitán de Ordenados FC.
Siempre se encargó de decirle a sus compañeros donde se tenían que ubicar en la
cancha durante los partidos, pero se comió al personaje y ahora no puede parar
de hacerlo en su vida cotidiana.
Por Roi Waremkraut
Es muy común que dentro de un equipo de fútbol el arquero sea el
encargado de ordenar a sus compañeros desde el fondo, porque es el que tiene un
mejor panorama de toda la cancha. Sin embargo, el caso de Juan Molesto es
único. Los jugadores de Ordenados FC comentan que al principio era muy callado
y le tenían que pedir por favor que hable para que el equipo ocupara mejor los
espacios y no perdiera las marcas. Pero en algún momento las cosas se les
fueron de las manos y terminaron creando un monstruo.
Una vez que Juan le tomó el gustito a darle órdenes a sus compañeros, no
paró más. Ahora está los 50 minutos que dura cada partido gritándole a todo el
mundo. De hecho, el equipo está sufriendo una sangría de futbolistas porque no
se lo bancan más y cada fin de semana cuesta llegar al número para presentarse
a jugar. Felipe es uno de los que abandonó a mitad del Torneo Apertura y
explica: “Me hinché las pelotas. Yo juego de lateral por izquierda y este tipo
me tenía alquilado. Cuando pasaba al ataque me puteaba y me gritaba
constantemente para que baje a marcar, y cuando me quedaba en la defensa me
rompía los huevos para que me proyectara”.
El problema es que Juan ya no le habla solo a sus compañeros, sino que
ahora también le grita órdenes a los rivales y a los árbitros. En el último
partido contra Bayern Núñez, no paró de darle indicaciones al nueve contrario.
“Así no le vas a hacer un gol a nadie flaco, tenés que anticipar a la marca”,
le decía. Y a Carlos, el juez del encuentro, lo increpaba porque no estaba
cerca de la jugada. “Vos tenés que estar parado ahí, a cinco metros de la
pelota. No puede ser que cobres desde allá”, le gritaba haciendo gestos
ampulosos.
Los jugadores de Odenados FC, los árbitros de TdeA y algunos capitanes
de otros equipos ya están organizando reuniones para ver qué hacen con este
muchacho. Pero ahora el problema ya es demasiado grande y escapa a su
intervención, porque Juan traspasó el umbral de la locura y su necesidad de
ordenar a la gente se volvió parte de su cotidianeidad.
Por las calles de Núñez se cuenta que lo vieron arriba de un colectivo
42, como si fuera un vendedor ambulante, pero en lugar de ofrecer productos,
Juan estaba parado delante de todo, al lado del conductor, gritándoles a los pasajeros
a donde tenían que ubicarse para que hubiese más lugar. Otros lo vieron en un
banco, parado al lado de un cajero automático, intentando explicarle a cada
persona cómo tenía que hacer la operación que necesitaba.
Tal vez lo mejor sería que viera a un psiquiatra, pero los padres ya
están resignados. “Seguro que va a terminar dándole indicaciones al doctor
sobre cómo tiene que atender a los pacientes. Me parece que la única salida que
nos queda es pegarnos un corchazo”, sentencian con demasiado drama.