Hay
jugadores que son expertos en generar expectativas y desilusionar. Son aquellos
que la rompen en los amistosos y en los partidos mediocres, pero cuando llegan
los compromisos importantes, desaparecen.
Por Roi Waremkraut
Si hiciéramos
una encuesta en la calle preguntando si la gente cree en los fantasmas, seguramente
la mayoría respondería que no. Sin embargo, el fenómeno espectral es algo que
se puede ver seguido en el ámbito del fútbol. Definimos como jugadores
fantasmas a aquellos que aparecen tirando magia en los entrenamientos, en los
partidos de pretemporada o contra rivales inferiores, pero cuando se juega por
los porotos, nunca están.
Los
fantasmas son típicas estrellas de verano. Cuando arranca la competencia
preparatoria en el mes de febrero, estos jugadores son Messi, Pelé y Maradona;
todos juntos en un mismo cuerpo. Los espectadores se maravillan y preguntan “qué
hace este pibe jugando un torneo amateur”. Pero después, cuando al equipo le
toca jugar la primera fecha contra el último campeón, la estrellita llega
tarde, entra dormido y no toca la pelota, para que el equipo pierda y sufra un
golpe duro en el arranque de la campaña.
Pero el
fantasma siempre puede generar aún más desilusión. En la segunda fecha, la
figura vuelve a brillar. Con el número 10 en la espalda, generalmente, el
espectro se pone las pilas nuevamente y saca a relucir todo su talento para ser
el abanderado del equipo en una goleada histórica. Y mantiene el nivel hasta
los playoffs, donde vuelve a decepcionar.
Los
fantasmas son mágicos y mágicamente aparecen lesionados cuando su equipo se
juega una parada importante. Después de brillar en la fase regular de un torneo,
llevado al equipo hasta los cuartos de final, el fantasma suele desaparecer por
alguna molestia física justo en el primer partido eliminatorio. Y, por las
dudas, la molestia le dura un par de semanas, así se mantiene desaparecido si
llegan a semifinales.
Sin
embargo, el mejor acto mágico de desaparición para un fantasma es en una final.
El genio que tiraba tacos y caños, que hacía goles de todos los colores, que se
ponía el equipo al hombro y lo llevaba hasta la victoria, en las finales es una
piltrafa. Cuando se juega la gloria máxima, el fantasma deambula por la cancha sembrando
decepción en todos sus compañeros, que no tardan en sacarle la ficha y apodarlo
Casper para toda la eternidad.
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