Mónica Santino es una de las personas que más trabajó por el
crecimiento del fútbol femenino en Argentina. En su juventud se desempeñó como
futbolista y hace diez años fundó la asociación civil “La Nuestra - Fútbol
Feminista”, que lleva adelante el proyecto de empoderar a las mujeres de la
Villa 31 a través del juego. Hoy es la entrenadora del equipo de fútbol
femenino, que se ganó un espacio en el barrio a fuerza de lucha, organización,
perseverancia y convicción militante.
Por Roi Waremkraut
¿Cómo es ser mujer en
el ambiente del fútbol?
Ser mujer y sentirse
futbolista es difícil. Todo el tiempo sentís que estás afuera, que sos marginal
en ese mundo. Si bien el fútbol es un bien cultural y es parte de nuestras
costumbres, tiene una identidad masculina muy fuerte y eso lo vivís cuando vas
a los clubes o cuando disputas un torneo de AFA. Cuando sos chica y el primer
juguete que te gusta es la pelota, resulta un inconveniente. Por suerte en los
últimos años se vive una transformación importante y cada vez es más común ver
a una mujer en pantalón corto jugando a la pelota, y eso atraviesa a todas las
clases sociales. Falta que este movimiento se traduzca en la dirigencia, en los
lugares donde se toman las decisiones con respecto al fútbol, pero creo que las
mujeres vienen ganando un protagonismo cada vez más fuerte como espectadoras,
periodistas, jugadoras, etc.
¿De qué se trata “La
Nuestra-Fútbol Feminista”?
Es una organización
social, un colectivo de mujeres compuesto por entrenadoras de fútbol,
trabajadoras sociales, educadoras populares; que tiene la propuesta de abrir
espacios en la Villa 31, un barrio en Retiro que sufre mucho la inequidad y la
violencia social, por no tener las mismas oportunidades. Nosotras instalamos
ahí una forma de jugar y de vivir el fútbol en conjunto con las chicas del barrio.
Niñas, adolescentes, jóvenes y adultas; nos adueñamos de un espacio en una
cancha, conservamos un horario y nos hicimos cada vez más fuertes ahí.
El fútbol funciona
como una gran excusa para deconstruir estereotipos de género, para poner en
discusión los roles, lo que podemos hacer con nuestros cuerpos, y para ejercer
el derecho al juego que está emparentado con el derecho a la salud. De esa
manera se abre un panorama enorme de actividades que nos permiten sentirnos
como un grupo y entender que las transformaciones son colectivas.
Nos consideramos parte
del movimiento feminista, participamos del Encuentro Nacional de Mujeres e
intentamos visibilizar los derechos de las jugadoras de fútbol.
¿Cómo consiguieron
apropiarse de ese espacio que normalmente está dominado por los hombres?
Con mucha convicción y
presencia. Nunca dejamos de ir en el horario que habíamos estipulado, siempre
pusimos el cuerpo y cuando hubo que pelear, lo hicimos. Alguna vez voló algún
palo por el aire, pero siempre mantuvimos la idea de que ese espacio
territorial nos pertenecía, lo ocupamos y nos mantuvimos en el tiempo. En las
comunidades de los barrios están acostumbrados a que pase gente que promete
cosas y se va. Nosotras hicimos lo contrario, construimos la presencia de
manera constante y así nos sostuvimos; siempre con la idea de que tenemos el
derecho a estar y que no es un espacio exclusivo de los varones.
La principal consigna
es nunca abandonar la cancha. Por la urbanización de la villa 31, hoy nuestra
cancha está en obra y estamos usando un espacio alternativo, transitoriamente.
Esperamos volver en cuánto termine la obra, pero de ninguna manera pensamos en
suspender la actividad. Siempre encontramos la manera de seguir, porque creemos
que en estos diez años hemos echado raíces importantes y que todavía hay
trabajo por hacer, no existe un techo.
¿Qué cambios ves en
las mujeres del barrio después de diez años de presencia?
Las chicas están muy
empoderadas. Para jugar al fútbol es necesario levantar la cabeza; ellas lo han
hecho y recuperaron dignidad y orgullo por el barrio en el que viven. Ahora están
seguras de que pueden jugar. El juego produce alegría, unión, grupo. Para hacer
un gol hay que asociarse colectivamente con pases. Esas convicciones deportivas
después se llevan a la práctica también afuera de la cancha.
Hoy en el barrio se
conoce al espacio como “la cancha de las mueres”, ese es un logro enorme.
Además hay muchos compañeros varones que se están ocupando de sus hijos mientras
las mujeres juegan, entendiendo que los roles de maternidad y paternidad son
compartidos, que no debe caer todo el peso sobre las mujeres.
Otra cosa importante
es sentir que podés hacer lo que quieras con tu cuerpo. A las mujeres, desde
chicas, el patriarcado les impone un rol en el que el único horizonte es la
maternidad y se las carga con el peso de las tareas domésticas en la espalda. Empezar
a deconstruir eso es una de las cosas que más poder les ha dado a las chicas en
el tiempo.
¿Cómo hacen para
resolver los conflictos que surgen de esa transformación?
Tenemos un espacio
aparte del entrenamiento de fútbol, que es grupal, donde las chicas se reúnen para
resolver conflictos, además de organizar torneos, armar actividades para llevar
al Encuentro Nacional de Mujeres y prepararse para la marcha del 8 de marzo por
ejemplo. En ese lugar la palabra de cada una recupera fuerza y presencia. Se
resuelven los conflictos de manera colectiva y sin necesidad de recurrir a la
agresión física o verbal.
El fútbol femenino es
la actividad que más creció en el mundo en los últimos años y en Argentina se
nota particularmente. ¿Qué obstáculos encontrás para su desarrollo?
Creo que el principal
obstáculo es la mentalidad y el prejuicio que atraviesa a la mayoría de los
dirigentes. Las mujeres en los clubes no tenemos alojamiento como deportistas.
Algunos ponen escuelas, pero no hay divisiones inferiores. El campeonato de AFA
no tiene visibilidad y la Selección Argentina agrupa jugadoras cuando hay
compromisos internacionales, pero es muy difícil para el técnico armar un
proyecto de trabajo a largo plazo cuando no existe una base en los clubes.
Creo que necesitamos
más dirigentes deportivas mujeres en lugares clave y que tengan conciencia de
género, porque no alcanza solo con ser mujer. A partir de ahí, hay que ver como
sentar las bases para un desarrollo efectivo del fútbol femenino y eso pasa
desde la niñez. Cuando las chicas tienen 7, 8 o 9 años nadie las ve como
posibles deportistas, entonces me parece que el cambio tiene que venir por ahí
y después alentar la práctica del fútbol a través de políticas públicas en
todos los lugares donde sea necesario. A lo largo y ancho del país hay un
montón de torneos y de ligas con fuertes liderazgos femeninos, eso hay que
potenciarlo, porque hay muy buenas jugadoras. Lo que se necesita armar es una
estructura para que esto crezca fuera de la lógica del deporte de mercado. Pasa
lo mismo en otros deportes como el básquet, el vóley o el handball.
En los últimos años
se vislumbra un avance importante del movimiento de mujeres. ¿Cómo ves ese
crecimiento?
Creo que hay una incorporación
masiva de mujeres jóvenes en la política como instrumento de cambio y eso forma
parte de un proceso que se vivió en nuestro país entre el 2003 y el 2015. El
movimiento de mujeres no sale de un repollo, tiene una gran historia, pero
creció con la participación de muchas mujeres en todos los aspectos, en
espacios políticos, movimientos sociales, en la economía popular. Eso fue construyendo
cada vez más conciencia y el espacio “Ni Una Menos” le dio mucha visibilidad.
Yo recuerdo que a fines de los ochenta y principios de los noventa las marchas
eran más acotadas y ahora las movilizaciones son impresionantes. Los reclamos
como la despenalización del aborto, la igualdad de salarios, etc.; han tomado
mucha fuerza. Es un momento muy particular y nosotras queremos incluir el tema
del deporte en la agenda del movimiento de mujeres, porque es un espacio que
fue históricamente construido por hombres, muchas veces de la aristocracia, y
eso hizo que incluso el movimiento feminista lo dejara de lado como algo menor;
pero el derecho al deporte y al juego es fundamental en la constitución de las
personas y las mujeres no podemos estar afuera de eso.
Foto: niapalos.org
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